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Una hora y cuarto de diversión sin fin - 29/09/2011

La Seca.- Espai Escènic.- Barcelona.
Andreu Sotorra.Radio Estel

Son tres. Pero causan más estruendo que un batallón entero. No esconden que son excéntricos, pues así se llaman, y por tanto los espectadores ya se esperan cualquier cosa. Lo difícil es saber por dónde nos van a salir, cómo van a sorprender al auditorio en una época en que los números de payasos de circo han sido recopiados y reciclados hasta la saciedad. Pues le sorprenden. Porque Marceline, Sylvestre y Zaza, tres nombres artísticos bajo los que se esconden Marceline Kahn, Josep Ventura y Didier Armbruster, respectivamente, llevan años y años en el arte del clown y no se han limitado a actuaciones en entoldados o tarimas de fiestas populares y pistas de circo sino que también han pisado, a lo largo de estos más de treinta años, los escenarios teatrales.
“Rococó Bananas” es un espectáculo teatral que embelesa a los más pequeños y complace a los más grandes. Una hora y cuarto de diversión sin fin, sin palabras, como quien dice, con mucha música artesanal, con guiños a algunos números clásicos del payaso de toda la vida, que ellos transforman y remodelan, con otros guiños a números propios de la compañía y con un gran sentido del ritmo y de adaptación a un espacio que no debe ser confundido con la pista de circo porque exige de otras condiciones y de otra relación con el público
Los Excéntricos tienen una ventaja en relación a otras compañías de payasos : los tres personajes consiguen, desde el instante en que aparecen en escena, captar el interés del espectador solamente por la imagen de su estética y por su forma de entrar en juego. Marceline es ya una payasa imprescindible en el gremio. Sylvestre aporta una cualidad propia tanto en actuaciones personales como lingüísticamente, un detalle que es poco usual también en el gremio. Y Zaza… Ah Zaza… ! ¿Puede existir alguien capaz de imitar a un personaje así ? Yo diría que no. Que es único, extraordinario. Desde su mutismo, solo con una histriónica e inocente risa, con una mirada, Zaza se pone a los espectadores en el bolsillo. Es como un personaje de carne y huesos surgido de una lámina ilustrada.
Los tres actúan como si estuvieran en casa, pero parece existir un telón de tul invisible que cambia esta primera impresión y que los hace entrar en un mundo fantástico. El piano, un piano blanco y trucado, preside “Rococó Bananas”. El espectáculo empieza con un concierto de cencerros – de esos que llevan las vacas suizas, de todas las medidas- que constituye una de las perlas musicales que ofrecen los tres integrantes de la compañía.
La música es el hilo conductor de todo el espectáculo : una sierra musical, una mopa que se convierte en un bajo eléctrico, acordeones de diferentes características, mandolinas… y una diva que confunde el escenario con una pasarela, pero que cuenta con la complicidad de sus colegas y con la del público quien le perdona que no tenga el suficiente talento para el canto, otra de las ironías del guión porqué los payasos son, en cierta medida – siempre lo han sido-, el reflejo de las miseria y ridiculeces humanas.
No faltan números de pista, ejecutados con un toque de humor, como es el caso de los platos chinos, con estropicio incluido, o la habilidad de Marceline con las bolas malabares. Pero cabe destacar por encima de todo los números más teatrales, como la subida al podium de Marceline y su derrumbe inesperado ¡y eso que no estamos hablando de Montserrat Caballé !
Otras escenas conducen a referencias enriquecedoras para los espectadores principiantes : la calavera, que podría ser de Hamlet, pero habla de Romeo y Julieta ; el títere esquelético en un número de manipulación de marionetas excelente ; la imitación de una cantante francesa el nombre de la cual no recuerdan pero de quien quieren cantar La Vie en Rose; el número de Zaza con la copa de champaña, después de un brindis ; el descalabro de las patas de piano y de la banqueta… y el final de la fiesta con los “bises” de rigor, ya que el espectáculo ha sido en gran medida musical : un alboroto de bofetadas que desvela el secreto de los “clacs” a quien no lo había visto nunca. Y como despedida, el desfile con el último “modelito” de Marceline, un vestido suave cubierto con un paraguas con riego por aspersión incorporado. Un espectáculo elegante, divertido, comedido, que siguen vivamente los más pequeños, interrogándose sobre lo que ven, y que les desvela, a través de la ficción, algunas de las trampas que hacen que el teatro sea todavía teatro.
Andreu Sotorra, Radio Estel

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Fotos: Sonia Balcells, Gabriel Tizón, Silvia Mazzotta, Marcantonio